Si hay algo que me fascina, son las flores. Para mí, era vital que nuestra boda tuviese muchas flores. Y tenían que ser mis flores favoritas (rosas y hortensias) y, por supuesto, en blanco que, como sabéis, fue el color elegido para nuestra boda.

Contacté con Pecci Arte Floral en Toledo, en el barrio de Santa Teresa, y Pilar, su propietaria, me entendió a la perfección.

Primeramente, nos centramos en el ramo de novia.

Yo siempre soñé con llevar en mi boda un ramo en cascada, pues así fue el ramo que llevó mi madre el día de su boda. En mi opinión personal, el ramo en cascada produce una sensación de equilibro entre el vestido y el ramo y le da un punto elegante y sofisticado. Finalmente, el ramo en cascada llevaría distintos tipos de rosas blancas. Así quedó:

Finalmente el ramo en cascada llevaría distintos tipos de rosas blancas.

Así quedó el ramo.

He de reconoceros una cosa que me pasó (y os lo cuento para que a las que os vayáis a casar no os pase).

Como evidentemente no tenemos costumbre de llevar un ramo en la mano, ¿qué creéis que me pasó? Que bajé a la calle ya vestida de novia y según iba saliendo por el portal, me paré en seco y dije: «¡Dios mío, que no llevo el ramo!» Así que mi incondicional hermana subió corriendo a casa a por el ramo. Fue un poco caótico ese momento, pero ahora recordándolo me hace risa, la verdad.

Posteriormente nos centramos en la decoración que pondríamos en la iglesia.

Nuestro enlace se celebró en el Monasterio de San Juan de los Reyes, en Toledo, y en el recorrido exterior hasta la entrada al templo se colocaron varias copas altas doradas con una mezcla de rosas, hortensias, lisiamtum, paniculata y muchos verdes de distintas variedades de eucalipto, lentisco, jazmín y hedera. En el interior del monasterio se dispusieron diversas copas similares sobre unas peanas con forma de columna que llevaban en su interior flores como las que os acabo de describir, así como unas guirnaldas floreadas que unían todos los bancos. De este modo, se permitió la entrada de los invitados sólo por uno de los laterales del banco y, con ello, se consiguió que la alfombra que recorría el trayecto hacia el altar permaneciera totalmente inmaculada y libre de pisadas hasta la llegada de los contrayentes.

La alfombra es que merece una mención especial porque di mucha guerra con ese tema.

Resulta que cuando te vas a casar, el cura de la iglesia donde te casas te enseña una alfombra, que es la que te pondrán el día de la ceremonia, pero si no te gusta la alfombra que te ofrece, te tienes que buscar la vida. Y eso hice, pero literal.

Yo quería que la alfombra fuese beis, pero que no se manchase al pisarla. A todo el mundo le parecía una locura. «¿Y eso cómo va a ser? Es imposible, María», me decían.  Entonces, ¿qué hice yo? Ponerme a buscar un sitio donde tuvieran mi «alfombra mágica», jeje. Y lo encontré.

Esaú y yo fuimos al taller de fabricación de Alfombras Roldán, en Ajalvir (Madrid), donde nos confeccionaron una alfombra fabricada en una especie de esparto que no araña (juta) y que al pisarla no se mancha para que, de esta manera, la alfombra se viese siempre impecable. Justo lo que íbamos buscando. La alfombra, que iba desde el Altar Mayor hasta la calle, midió unos 110 metros aproximadamente por doble de ancho.

Aparte, Pilar se encargó de cubrir con una tela del color de la alfombra unas vallas que se colocaron en la calle para acotar la zona. Y así todo iría a juego.

Y por último, el momento arroz. Yo ni de broma quería que nos tirasen arroz, así que optamos por colocar unos expositores a cada lado de la puerta principal de la iglesia con pétalos de rosa blancos para que los invitados los cogieran y los lanzaran a nuestra salida de la Iglesia.

Y hasta aquí mi capítulo de hoy, pues me encuentro en México centrada en mi concierto, pero en próximos capítulos prometo extenderme un poco más.

¡Hasta el 13 de diciembre!

De corazón,

María